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Hacia un encuentro con Gurdjieff: “La vida es real sólo cuando yo soy”

Su obra ofrece un abanico de posibilidades desde las cuales encontrar esos caminos

Para un buscado del Conocimiento y preocupado por los temas relativos a la expansión de la Consciencia, el abordaje de la personalidad de George Ivanovich Gurdjieff resulta un punto de referencia obligado, insoslayable si alguna vez se ha intentado penetrar en estas cuestiones.

La originalidad de su visión y la perspectiva del potencial intelectual y espiritual que se alejan del misticismo de tono religioso pero que invitan a generar nuevas herramientas para acercarse a una religiosidad quizás personal, si acaso esto puede ser así… o debe ser así, podría decirse que constituyen una nueva forma de “religare”, es decir, de volver a unir al individuo con su potencial divinidad.

En este sentido, la obra de Gurdjieff ofrece un abanico de posibilidades desde las cuales encontrar esos caminos: escritos, composiciones musicales, creaciones psico-filosófico-esotéricas y hasta coreografías, representan esa multiplicidad del Ser que son al fin de cuentas atributos del Mismo.

No es materia de este escrito abundar en su biografía, bastante extendida por cierto, pero sí rescatar ese rasgo de adversidad que constituyó su infancia y que marcó su estilo de vida donde él debía ser único y diferente.

Casi un dogma de vida resulta aquella frase atribuida a su abuela quien en su lecho de muerte le dijera: “… Tú el mayor de mis nietos, escucha y acuérdate de mi última voluntad: en la vida, jamás hagas nada como los demás. O bien no hagas nada en absoluto –ve solamente a la escuela- o bien haz algo que nadie hace…”.

Ser distinto, diferente a todo y a todos, obrar como si fuera único, es tal vez, una manera de establecer una ley que se complementaría con un impulso irresistible por comprender la significación del proceso de la vida de las diferentes formas de criaturas, y en particular, de la finalidad de la vida humana.

Esa búsqueda le hizo comprender que las respuestas más profundas no podían ser respondidos por la filosofía ni por las religiones dominantes.

De allí siguieron veinte años en que nada se supo de él, quizás, a imitación del Cristo judío que luego de la presentación en el Templo desaparece de la escena histórica hasta los treinta en que comienza su predicación pública.

Posiblemente ese espacio temporal que precisan los elegidos –ascendidos- para internarse en el Yo y comprenderse como Entidad.

El año de 1915 lo encuentra en Moscú, instante angular en su periplo cuando se encuentra con Piotr Ouspensky, quien ya venía de publicar su libro sobre la cuarta dimensión, quien se convertiría en su discípulo y dejaría “un relato preciso, de impresionante honradez, de los siete años que pasó al lado de su maestro para elucidar y desarrollar todo lo que éste le había dejado entrever durante esa primera conversación en Moscú en 1915”, dice una crónica.

A Ouspensky, se suma el compositor Thomas de Hartmann (1885 -1956), ya bien conocido en Rusia y quien hará posible que la posteridad conozca a través de su inspiración melodías y canciones recogidas por Gurdjieff en sus viajes.

El mito, la inquietud de la búsqueda, distintas motivaciones llevaron a que personas de distintos continentes buscaran acercarse a Gurdjieff, pero ¿qué pasaba frente al Maestro?

Se dice que toda actitud se convertía en artificial, superficial, despojaba a la persona de su máscara y quedaba sólo frente a su íntima realidad, lo que curiosamente generaba una actitud contradictoria, pues aquellos que buscaron al verse desnudos de su ropaje reaccionaban con ira, y en la justificación de su propia pobreza terminaban construyendo leyendas inexactas sobre su personalidad.

¿Quién es Gurdjieff, entonces? La suma de la comprensión y percepción de las raíces profundas del cristianismo armenio, la ortodoxia griega, el hinduismo, el budismo y el sufismo, cuya música es una expresión viva de la fe, profunda y eficaz, permitiendo llegar a las personas hasta su esencia.

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